viernes, 8 de noviembre de 2013

El asesor, el maestro y la domadora de tigres


Ángel Sánchez Máiquez
Anuska Segura se despertó esa mañana con la determinación de encontrar un maestro particular que diera clase a sus hijos ese verano. El maestro que el ministerio español de Educación les había asignado dentro del programa de las "aulas del circo" había terminado ya su trabajo, y Anuska Segura pensó que sería conveniente reforzar lo que habían aprendido durante todo el curso.
Alguien le habló una vez de una red de centros educativos españoles en Marruecos, país en el que se encontraba de gira el Gran Circo Royal. La temporada pasada nos fue de fábula, me dijo exultante, y querían repetir la experiencia, a pesar de las numerosas dificultades que tuvieron para pasar por la aduana todo el material necesario para la puesta en escena del circo.
No le fue difícil dar con la calle donde se encontraba el Colegio Español de Rabat. Allí expuso su petición ante un miembro del equipo directivo, pero no la pudieron ayudar. La Consejería de Educación está aquí mismo, acérquese y pregunte, le dijeron.
Anuska Segura era una mujer alta, corpulenta, de facciones duras y ojos felinos, de gran cuello y anchos hombros. Tenía una cicatriz en la frente con forma de Y griega que no le dejaba olvidar ni un solo día la grave caída que sufrió cuando se precipitó al vacío desde lo alto de un trapecio ante el estupor del público. Gafes del oficio, me dijo muy seria. Desde entonces, y con mucho empeño, aprendió a manejar el látigo como única herramienta de trabajo para el espectáculo de tigres que su cuñado, Bruno Ribas, el propietario del circo, había pensado para ella.
Cuando llegó a la puerta exterior de la Consejería, el vigilante le exigió bruscamente un documento de identidad. Anuska Segura entonces se acordó de que lo había dejado olvidado en su rulotte, en uno de los cajones de su mesita de noche. Se puso a buscar en el pequeño bolso que llevaba, aún a sabiendas de que nada iba a encontrar. De repente, se dibujó una sonrisa en su boca al ver, entre tanto resguardo de cajeros automáticos, la documentación de su hermana, Carmen Segura, con la que guardaba un gran parecido. Respiróaliviada dando gracias por haberse equivocado de bolso al salir. El circo estaba demasiado lejos como para repetir el trayecto.
El vigilante apenas reparó en la fotografía, se limitó a ver el documento, y la dejó pasar, dejando fuera a su acompañante marroquí, que no pudo aportar su carte d'identité nationale que le hubiera permitido la entrada. Una vez dentro, Anuska Segura expuso el motivo de su visita en el mostrador de atención al público. Baba, el ordenanza, muy diligente, como siempre, pensó en un Asesor Técnico.
Me avisó por teléfono. La hizo entrar a mi despacho y la saludé estrechándole la mano. Lamenté no haberme cambiado el anillo antes. Mis dedos se rindieron ante tal derroche de fuerza. Se sentó al otro lado de la mesa y la escuché con mucha expectación. Mientras me hablaba, no pude evitar imaginármela haciendo esas acrobacias de dificultad creciente sobre un trapecio balanceante, esas piruetas que logran asombrar a los más exigentes espectadores. Si no hubiera sido por ese fatídico accidente, sería la Pinito del Oro del siglo XXI, pensé.
Realmente, se trataba de un caso insólito. Necesitaba un maestro particular para acompañarles a lo largo y ancho del territorio marroquí durante todo el verano. Ella se haría cargo de la manutención, el alojamiento y, claro está, de sus honorarios. Cuando creí que la conversación iba a concluir, Anuska Segura me sorprendió lanzándome otra petición. ¿Qué me pedirá en esta ocasión? ¿Una participación voluntaria en algún espectáculo con leones por baja médica de algún domador? Me temí lo peor. Pero no había de qué preocuparse. Me pedía sólo los servicios de un auxiliar administrativo con el fin de actualizar la contabilidad del circo. La miré reconfortado.
Me dejó su número de teléfono móvil marroquí y nos despedimos con otro apretón de manos. Esta vez, tuve tiempo de cambiarme el anillo sin que Anuska Segura se percatara.
FIN
Rabat, 15 de junio de 2011 

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Un estupendo cuento basado en una experiencia real de nuestro compañero profesor Ángel durante su estancia como asesor de la Embajada de España en Marruecos.

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